El dragón

El viento le sopló en la cara apartándole bruscamente el pelo de par en par. Tal era su intensidad que le resultaba imposible pensar. Caminó en su contra, a duras penas, hasta encontrar refugio tras una fachada ruinosa.

Olía a orín, a salitre y a orín. La callejuela donde se había refugiado de la fiereza del viento estaba desierta. El quejido de las olas se mezclaba con el sonido lejano de una flauta, que silbaba populares bandas sonoras. Era un escenario aterrador. A ella, sin embargo, no le resultó incómodo, tampoco inquietante, hasta que reparó en el suelo.

El suelo la abofeteó de golpe y la despertó de aquella sensación confortable: tenía grabadas unas huellas húmedas que se perdían en las profundidades del callejón. El rastro no solo era de agua. Las pisadas desprendían destellos escarlata. Aquel caminante estaba herido. Sangraba. ¿Sería él?, ¿sería la persona a la que estaba buscando?

Ninguna pista la había llevado hasta allí, solo las ansias de huir de aquel caso durante al menos 15 minutos. Ahora, la intuición le decía que estaba cerca de atar algún cabo. Siguió las huellas. Se adentró en el callejón, el rastro llevaba a un lugar privado de toda luz. No echó mano de la linterna del móvil, se le antojó que debía pasar desapercibida.

Aquellos pasos conducían a un edificio en ruinas. El hueco donde debía estar la puerta estaba mal sellado con tablones de madera clavados en horizontal. La luna conseguía iluminar el interior de aquella habitación, gracias a que parte del techo estaba derruido. Examinó el espacio desde fuera. Parecía estar libre de vida humana. Entró.

Encontró restos de comida, dos colchones sucios y un montón de cucarachas. Las huellas se perdían en aquel lugar. “¿Por dónde has escapado?”, se dijo.

Llegó al fondo de la habitación. En la pared observó una mancha oscura, parecía fruto de las llamas, como si un dragón hubiera escupido fuego en ella. En el interior de la mancha halló unas formas blancas, pequeños fragmentos que habían escapado de las llamas. Eran letras. “Desalmado”, murmuró atónita. Era él. Era el hombre al que buscaba.

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